Una visión, una misión y
la historia de esta publicación
Bill Knott
♦Ningún cirujano fue más preciso con el bisturí. Dirige la vieja navaja con cuidado, quitando el pegamento de cada hoja pero sin cortarla. Es un ejemplar de la sección Estudio Bíblico. Al mediodía, irá en su vieja bicicleta a una imprenta de Soweto. Allí, en un ritual que repite todos los meses, entregará la página preciosa al dependiente. Después tomará treinta austeros ejemplares de “La celebración del sábado” y los pondrá en una bolsa de plástico que llevará a la reunión de oración del martes. Oh Padre –ora mientras atraviesa las atestadas calles– soy el último eslabón de una visión; ayúdame a ser digno de mi llamado.
♦Acaba de pasar el cartero dejando una pila de sobres. Ella alcanza a ver uno que le interesa. Sí, allí está, piensa mientras esboza una sonrisa. Lo abre y lo primero que lee es la contratapa. “¿Dónde se encuentra?”, dice en voz alta, mientras estudia la fotografía de creyentes frente a una iglesia de bloques de cemento. ¿África? ¿El Caribe? Debe ser Nigeria, piensa, recordando cuánto le gusta hacer este pequeño ejercicio mensual, por más que no
pueda adivinar. Lentamente da
vuelta la revista y lee los caracteres
pequeños bajo la fotografía: “En la iglesia adventista de Mashayamvura, en Zimbabue, África, los feligreses se reúnen después del culto delante del templo”. Oh Señor –dice mientras mira
a estos adventistas a más de quince
mil kilómetros de distancia– bendícelos
y ayúdalos a permanecer fieles.
♦El pedacito de papel donde figura la dirección web está allí, esperando que termine su turno de doce horas. No es recomendable que visite ese sitio desde la computadora de la oficina. “Te va a encantar –le había dicho Xingjuan al deslizarle la notita en el bolsillo durante la hora del almuerzo–. Lee el artículo ‘Avivemos el don’; está publicado en mandarín. Dios también te ha dado un don, y no solo para negociar acciones en la Bolsa de valores de Shanghái”. Querido Señor –ora en voz inaudible mientras las cotizaciones cruzan de un lado a otro de la pantalla– permite que sea fiel a tu llamado para que tenga el valor de compartir mi testimonio este sábado.
♦El cruce en ferry desde St. Thomas a St. John le da tiempo para el culto matutino. El camino a Cristo, la lección de Escuela Sabática, un ejemplar muy usado de Adventist World, todo muy cuidadosamente atesorado en su cartera de cuero. El sol brilla sobre la superficie del agua mientras medita en “El milagro más grande” y reflexiona mientras observa a los pasajeros que la rodean, preguntándose quién es el más necesitado. Lo voy a dejar aquí –piensa mientras abandona su ejemplar de Adventist World en el asiento para que alguien lo vea en el viaje de regreso–. Que yo no sea el eslabón final de esta visión. Querido Señor, que llegue a las manos de alguien que la lea”.
No hay manera de cuantificar una visión, ni siquiera de medir plenamente su impacto duradero. Pero los adventistas de todo el mundo están aprendiendo a ver la parte que cada uno tiene en la revelación del mensaje divino de unidad y verdad. Millones de creyentes, separados por la distancia, el idioma y las experiencias de vida, se hallan ahora unidos por la revista que tiene usted en sus manos. Desde la primera década de existencia de la iglesia no se había producido un movimiento semejante: casi dos tercios de los quince millones de miembros bautizados puede acceder a un ejemplar de Adventist World.
Lanzada hace poco más de tres años en septiembre de 2005, Adventist World es el resultado de una visión profética que este mes cumple 160 años.
En noviembre de 1848, Elena de White, una frágil joven ya reconocida por decenas de adventistas observadores del sábado, como receptora especial de la revelación divina, tuvo una visión mientras estaba en el hogar de Otis
Nichols, en Dorchester, Massachussets. Su esposo Jaime, predicador adventista y organizador de los ex mileritas esparcidos, el capitán José Bates y un pequeño grupo de presentes la escucharon describir el progreso de la verdad adventista alrededor del mundo.
Bates, un capitán de barco retirado, se sentó y registró parte de lo que le oyó decir mientras estaba en visión. Estas notas fueron incluidas en el folleto de Bates titulado Un sello del Dios viviente.
“¡Está surgiendo! Se eleva, comenzando por la salida del sol. Al igual que el sol, primeramente frío, comienza a calentar y envía sus rayos. Cuando la verdad surgió, la luz era escasa, pero ha ido en aumento. ¡Oh, el poder de esos rayos!1 “Sí, publica las cosas que has visto y oído, y la bendición de Dios te asistirá. ¡Mirad! La luz se torna más fuerte y es cada vez más brillante”.2
Usted se halla unido a millones de creyentes por la publicación que tiene en sus manos.
A partir de esa visión del progreso de la verdad divina, Elena de White se volvió a su esposo con una instrucción directamente del cielo:
A partir de esa visión del progreso de la verdad divina, Elena de White se volvió a su esposo con una instrucción directamente del cielo:
“Tengo un mensaje para ti. Debes imprimir un pequeño periódico y repartirlo entre la gente. Aunque al principio será pequeño, cuando la gente lo vea te enviará recursos para imprimirlo y tendrá éxito desde el principio. Se me ha mostrado que de este modesto comienzo brotarán raudales de luz que han de circundar el globo”.3
A Jaime y Elena les llevaría ocho meses hasta conseguir los recursos para imprimir ese pequeño periódico titulado La verdad presente, que luego adoptaría el nombre de Revista Adventista y Heraldo del Sábado. En julio de 1849, Jaime acordó imprimir mil ejemplares en una imprenta de Middletown, Connecticut, financiando parte de la primera edición con el dinero que había ganado trabajando en el campo. Cuando trajo las páginas al hogar, una vez más fue tiempo de orar y trabajar:
“Traídas a casa las valiosas hojas impresas, las pusimos en el suelo, y luego se reunió alrededor un pequeño grupo de personas interesadas. Nos arrodillamos junto a los periódicos y, con humilde corazón y muchas lágrimas, suplicamos al Señor que otorgase su bendición a aquellos impresos mensajeros de la verdad.
“Después que doblamos los periódicos, mi esposo los envolvió en fajas dirigidas a cuantas personas él pensaba que los leerían, puso el conjunto en un maletín, y los llevó a pie al correo de Middletown”.4
El periódico pronto se convirtió en un punto de unión para los adventistas observadores del sábado, diseminados en el noreste de los Estados Unidos. Los artículos se referían a las profecías de la segunda venida de Cristo, que habían impulsado el movimiento milerita de las décadas de 1830 y 1840, la doctrina bíblica del sábado como día de reposo y la verdad del ministerio de Cristo como Sumo Sacerdote en el Santuario celestial. Las primeras ediciones fueron completadas con material devocional, informes de actividades de evangelización y cartas de corresponsales de las iglesias.
Las oficinas editoriales de la Review se trasladaban junto con los White, cuyos viajes los llevaron en cuatro años de Connecticut a Maine y luego a varios lugares del estado de Nueva York. El periódico creció en tamaño y en tirada, atrayendo un pequeño grupo de jóvenes que comenzó a escribir, editar, imprimir y colaborar en su distribución.
Uno de esos jóvenes, Urías
Smith, finalmente formó parte del equipo editorial durante casi
cincuenta años, y describió el desafío de recortar los irregulares bordes de
las páginas con una navaja: “Nos ampollábamos las manos y a menudo la forma de la publicación no era ni de cerca tan perfecta y correcta como las doctrinas que allí se enseñaban”.5
En 1855, un grupo de laicos adventistas financió el traslado de la Review a un nuevo hogar en Battle Creek, Míchigan, donde realizó grandes progresos durante varias décadas. Para entonces se volvió una publicación semanal, y continuó desarrollando su ministerio especial a favor de “el rebaño esparcido”: los adventistas observadores del sábado diseminados en los estados norteños de la joven república. Cuando la crisis de la esclavitud empujó a los Estados Unidos a una terrible guerra civil, los editores de la Review desafiaron al gobierno nacional al adoptar un curso de acción apropiado, luchando contra la institución de la esclavitud ya instalada por dos siglos, además de instar activamente a desobedecer las leyes que prohibían ayudar a los esclavos en fuga.
Cuando arreció el conflicto que finalmente costaría seiscientas mil vidas, la Review llegó a ser el centro de discusión sobre la organización de las tres mil quinientas personas que ahora se llamaban “adventistas del séptimo día”. En mayo de 1863, el primer encuentro de la Asociación General de la Iglesia Adventista recibió una buena cobertura en las páginas de la misma revista que tanto había hecho para que ese día fuera una realidad.
Poco después, ejemplares de la Review y de otros folletos y libros publicados en Battle Creek estaban circulando en Canadá y Europa; para 1863 habían llegado al África Occidental. Una misionera de Nueva Inglaterra, Hannah More, que recibía la revista de manera intermitente cuando llegaban los barcos, escribió a la oficina editorial de la Review en enero de 1864 desde Liberia:
“Vuestra gente puede considerar que ahora hay adventistas dedicados en este lugar, que esperan con vosotros la aparición bienaventurada de aquel que amamos y adoramos, y que hemos decidido adorar para siempre”.6
A medida que la población iba ocupando el oeste del país, aparecieron adventistas en California en la década de 1860; lo mismo ocurrió en Europa en la década siguiente, en Australia y en África en la década de 1880 y en Asia y las Islas del Pacífico en la última década del siglo XIX; llevaron consigo ejemplares de la Review, un elemento vital a medida que los creyentes se esparcían hacia cada zona del globo. En diversas regiones surgieron nuevas ediciones en francés, sueco, alemán, español, portugués y coreano, a medida que el mensaje de los tres ángeles hallaba corazones receptivos en los lugares más diversos.
En la primera década del siglo XX, cuando incendios devastadores destruyeron el renombrado Sanatorio de Battle Creek y las oficinas de la
Review, la sede del movimiento fue trasladada a Wáshington D.C. La revista se reestableció rápidamente como la publicación que mantuvo la cohesión del rebaño esparcido. Decenas de miles de adventistas aprendieron a confiar en las páginas que compartían sistemáticamente las verdades que conformaban la base del movimiento. Las noticias semanales documentaban el alcance cada vez mayor de las misiones adventistas y del crecimiento de la iglesia.
A lo largo de los guerras mundiales, una decena de crisis mundiales, una depresión económica de una década de duración, el surgimiento y la caída del comunismo mundial, la emergencia de nuevos estados en ex colonias, y una feligresía que en el siglo XX se multiplicó por treinta, la publicación que dio forma al movimiento adventista desde sus comienzos ha seguido llevando a los creyentes hacia las enseñanzas bíblicas, la vida cristiana práctica y la bendita esperanza del pronto regreso de Cristo.
Hoy lo sigue haciendo. Treinta y seis veces al año (tres veces al mes), la Adventist Review coloca los mejores pensamientos y escritos adventistas en el papel y en la web, atrayendo a más de ciento cincuenta mil lectores por mes. Las páginas contienen temas de actualidad, noticias de último momento, artículos devocionales y estudios bíblicos, de manera que es una de las revistas religiosas de publicación continua más antiguas del mundo. (Si desea más información, visite el sitio www.adventistreview.org).
Impresionante como parece, en 2004 los líderes de la iglesia reconocieron que se necesitaba un alcance más amplio para ayudar a unir al “rebaño esparcido”, que ahora es una familia adventista de veinticinco millones de hombres, mujeres y niños.
Cada año, más de un millón de personas se une a esta comunidad de fe; casi dos tercios de los adventistas del mundo han pertenecido al movimiento durante doce años o menos. ¿Qué puede hacer que un nuevo creyente de Ucrania se mantenga comprometido y ore por el adventista de larga data de Buenos Aires o San Pablo? ¿Cómo podrán los cientos de miles de nuevos feligreses del sur del África conocer la historia y el futuro de este pueblo?
A comienzos de 2004, Jan Paulsen, presidente de la Asociación General, le pidió a William Johnsson, editor de Adventist Review que liderara un proyecto para amplificar de manera significativa el alcance e impacto de la publicación para este movimiento en rápida expansión. Durante dieciocho meses, un proceso intensivo de estudio, planificación y búsqueda de recursos llevó al lanzamiento de Adventist World en septiembre de 2005. Separada legalmente de la Adventist Review, su publicación madre, y financiada por medio de un acuerdo especial con la Iglesia Adventista de Corea, Adventist World lleva adelante el mandato de la visión dada a Elena de White, que este mes cumple 160 años.
Casi dos millones de ejemplares de esta revista rodean el globo todos los meses, impresas en siete casas editoras distribuidas en Estados Unidos, Corea, Indonesia, Australia, Argentina y Brasil. Adventist World aparece en siete idiomas –inglés, español, francés, portugués, coreano, indonesio y chino (en la web). (Si desea ver las ediciones virtuales, visite el sitio www.adventistworld.org.) En los próximos años se espera incorporar otros idiomas, algunos solo en la web. Una red de distribución global coordinada desde las oficinas editoriales de Silver Spring, Maryland, Estados Unidos, envía esta publicación a 143 países, por vía aérea, por mar, vehículos, bicicletas y de puerta en puerta.
Al mirar hacia atrás, hacia los comienzos de algo, acostumbramos decir: “Nadie podría haberlo imaginado”. Pero quizá eso fue justamente lo que la mensajera de Dios vio en visión hace 160 años: una feligresía mundial de fe unida por los “raudales de luz”.
Usted también, querido lector, es parte de ese progreso, un seguidor de Cristo y parte del remanente fiel. No importa en qué idioma lea estas palabras, en qué cultura y nación viva y adore a Dios, usted se halla unido a otros millones de creyentes por medio de la publicación que tiene en sus manos.
Cuando ore, agradezca al Señor porque la visión lo ha alcanzado. Y entonces, asegúrese de pedir que le dé la gracia para compartir esa luz con los que no lo conocen.
Referencia
1Arthur L. White, Ellen G. White: The Early Years 1827-1862 (Hagerstown, Maryland: Review and Herald Publishing Association, 1985), pp. 150, 151.
Fuente: "Spanish.adventistworld"
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